Se ha ido el amigo, cuya mirada nos hizo vernos a nosotros mismos a través de una lente inquieta y profundamente humana, indisociable con el interés y afecto por los suyos, que fueron su objetivo y fuente de inspiración. Como a él mismo le gustaba decir: “Mi misión era retratar a mi gente.”
Esa misión la cumplió a cabalidad, de tal suerte que convirtió en universales el rostro y las vivencias, lo festivo y lo trágico, lo cotidiano de nuestras vidas mexicanas. El mundo entero lo reconoció y su trabajo fue premiado y mostrado en exposiciones, muestras y homenajes.
José fue el primer mexicano en obtener el Premio de Periodismo Rey de España en 1992 y entre muchos reconocimientos internacionales la beca Simon Guggenheim. Se formó como fotógrafo en Brooklyn, Nueva York, pero fue sin duda el arraigo a nuestra cultura y su trayectoria personal y familiar, lo que hicieron de él un artista cuya mirada capturó realidades, y dimensiones insospechadas, que no escapaban a su sensibilidad de artista y testigo de su tiempo.
Para nosotros, Pepe fue un amigo y compañero de ruta. El negocio familiar de los hermanos de la Peña, donde por generaciones se cuidaron y repararon cámaras de fotografía de muchos artistas locales y nacionales, fue también su casa y motivo de visitas, de conversaciones extensas y amenas, pues siempre había un tema común para la amable disertación.
Hemos de conservar su legado como artista y honrar su recuerdo como amigo, porque el afecto y la amistad no se agotan con la vida. Su mirada seguirá entre nosotros a través de la inmensa cantidad de imágenes, de instantes diversos y elocuentes que capturó para el futuro, ese futuro en el que lo echaremos de menos, pero donde estará siempre cercano, en nuestra propia mirada.